Una idea es una idea es una idea * Luis Bisbe
01-04-06 de verbo ad verbum
por Óscar Alonso Molina.
Aquí o ahora y nunca
Luis Bisbe
Galería Moriarty
Con tan sólo dos obras representándole en Arco, Luis Bisbe (Málaga, 1965) nos llamó la atención por la agudeza y concisión metalingüística de sus propuestas, formuladas a menudo en obras de onomatopéyico título: allí presentó Tic-tac, un reloj de pared que reproducía durante veinticuatro horas la imagen captada de otro reloj de pulsera (mientras, por los márgenes del cronómetro protagonista se fugaba constantemente la vida cotidiana de su propietario durante ese día completo: conduciendo, fregando, roncando...); al lado, Ping-pong planteaba otro curioso enigma visual, al emplear las aspas de un ventilador en funcionamiento como pantalla donde proyectar la imagen de esa misma hélice detenida, consiguiendo de este modo que la diapositiva volviera ambiguo ?y prácticamente inasible? el espacio de la representación con respecto a su referente real.
Ahora Bisbe ha pasado a formar parte de la cantera de la galería Moriarty, después de que su última individual en nuestra ciudad tuviera lugar hace cinco años (si exceptuamos su presentación en solitario el pasado febrero en el espacio Frágil). La ocasión supone, pues, la mejor oportunidad para apreciar su nuevo rumbo, y ver el punto de madurez alcanzado por este creador que, a pesar de lo convincente y riguroso de su obra, así como del perfecto control de un repertorio conceptual muy característico, todavía está por descubrir para el gran público y buena parte del medio especializado.
Bisbe se caracteriza por su limpieza extrema a la hora de capturar paradojas en torno a la percepción de los acontecimientos de nuestra «realidad», mostrando cierta preferencia hacia aquellos más insignificantes y desatendidos que, por ello mismo, perturban más si cabe la conciencia del espectador, en cuanto que los supone estables y sólidamente asentados sobre la base de sus costumbres o el trato diario. Sutil, mínimamente intervenidos ?con frecuencia le basta una corrección óptica: anamorfosis?, distintos instantes desapercibidos en el flujo de la normalidad concentran una carga desenmascaradora de enorme potencia visual y metafórica. Casi diríamos que, con precisión quirúrgica, Bisbe introduce cuñas imperceptibles en la rutinaria-maquinaria de las convenciones que afectan al ver, representar o incluso al sentir en nuestras vidas.
Cerrar los ojos. Así operan algunas de sus obras más conseguidas, también entre las seleccionadas para esta ocasión. Como Sumertime (2006): un reloj digital hiperluminoso, resplandeciente hasta cegar, cuya hora sólo podemos leer tras cerrar los ojos como acto reflejo al mirarlo, cuando aparece sobreimpresionada en negativo sobre nuestras retinas... ¿Alguien puede encontrar una metáfora más rica y con menos fisuras sobre el acto de «mirar» qué hora es? Justo al otro extremo de sus estrategias textuales habituales se encuentra el vídeo en loop Ya voy (2004): en un paisaje otoñal, un ciclista de espaldas parece alejarse pedaleando sin parar, solo que no se mueve ni un milímetro de su sitio, evidenciando un eterno retorno que es partida infinitamente aplazada.
Son dos los parámetros que este malagueño trenza con enorme eficacia poética, al conjugar la reconcentración tautológica con el desfase infra-mince que se desprende de toda serie original-molde-copia («La alegoría, en general, es una aplicación de lo infraleve», observaba Duchamp). Así, al poner en evidencia la frecuencia con que nuestros sentidos (solo verificables a posteriori: la sensación no puede ser adelantada) se responsabilizan de antemano en la medición de las propiedades de todo fenómeno real (deducibles a priori: conceptualmente), toda su estética puede ser considerada una prolepsia, una teoría de la anticipación.
Penetrantes obras. A la postre, estas piezas, casi al modo de aquellas sentencias de los pseudoconceptos de Carnap, certifican que la imaginación no es necesaria para hablar de lo real. Las de Bisbe carecen de ella por completo, son ingeniosas y certeras, penetrantes más que entretenidas, de un perfecto conceptismo barroco, y frente a su compromiso moderno dejan a cualquiera dudando de si, como aseguraba Brea, «la autorreferencia al propio espacio de la representación es condición de posibilidad de toda estrategia que aspire a una transformación radical del sentido de experiencia estética», o, por el contrario, como quería Jabès, «la escritura que conduce a sí misma no es sino una manifestación del desprecio». Tal vez no haya tanta incompatibilidad como se aparenta..., pero decidan ustedes: vayan a verla y déjense engañar.
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