Rosemarie Trockel: Subversivamente femenina
23-01-06 Revista de Prensa
por Helena Tatay
Es sorprendente ver Post menopausia en grandes letras, dada la invisibilidad social que el tema suele tener. Este es el título que Rosemarie Trockel le ha dado a su exposición retrospectiva en el Museo Ludwig de Colonia, su ciudad natal. El título alude al final de un ciclo creativo, porque esta exposición es una mirada atrás a 30 años de trabajo, pero lo hace desde una perspectiva femenina, y a la vez juega a nombrar públicamente lo que se suele mencionar en privado, resucitando en el espectador los sentimientos contradictorios y las ansiedades que los clichés de genero suelen provocar.
Desde el principio, su trabajo se ha caracterizado por tomar en cuenta las condiciones sociopolíticas en las que se da (y se ha dado) la producción artística, y por mantener un perspicaz, irónico y subversivo punto de vista femenino.
Trockel pertenece a lo que podríamos llamar la tercera generación de los artistas alemanes que se dieron a conocer internacionalmente en los años 80. Sus compañeros de generación eran casi todos hombres y pintores. Ella fue prácticamente la única que se interesó por temas como el cuerpo o la construcción social del sujeto que tan relevantes son ahora. En estos 30 años, ha empleado casi todos los medios conocidos del dibujo al vídeo, para elaborar un trabajo que abarca un amplio espectro de temas e intereses tan diversos como: Los animales y su función como espejo de nuestro inconsciente (recordemos que su participación en Documenta X fue una casa para cerdos); la belleza, su relación con los iconos sociales femeninos; el fenómeno de la moda; la historia del arte; la antropología; la cultura popular y un largo etcétera.
Por otro lado, igual que su compañero de generación Martín Kippenberger, Trockel disemina el sentido de la imagen individual en una extensa red de referencias y alusiones, de tal manera que el significado se desliza de un signo a otro y el sentido último de la obra permanece abierto. Se trata de una obra variada y compleja.
La exposición ocupa tres enormes salas del museo llenas de obras y el montaje es una escenografía que subvierte los planteamientos habituales. Antes de entrar, a modo de prólogo, está la obra que le da título: una gran cortina de hilos rojos y blancos con algunos recortes y aberturas que cubre un enorme ventanal sobre la ciudad de 10 x 5 metros, tapando la vista. Nada mas entrar, encontramos la obra Living means not good enough: la foto de una chica leyendo, tumbada en el suelo, rodeada de montones de libros cuyas tapas han sido diseñadas por la artista. Una alegoría de cómo la imaginación y la memoria construyen una estructura rizomática de imágenes recibidas que a la vez van conformando la compleja red que proyectamos para entender el mundo, y construir nuestro mundo. A su lado, una estantería muestra estas tapas de libros y otros materiales impresos, son bocetos llenos de juegos semánticos y visuales. La artista nos muestra un archivo germinal de ideas que alimentan su mundo. En la misma sala ha dispuesto dos estanterías enormes con objetos, esculturas, maniquís, etc. a modo de recopilación de los temas que ha ido entrecruzando en su trabajo. Estos archivos de ideas germinales y trabajos interactúan con las obras de mayor tamaño dando claves de lectura. Uno de los libros, Phobia, muestra una foto de Donald Judd mirando una de sus esculturas. La foto ha sido retocada y Judd parece una mujer. No muy lejos encontramos otra obra titulada Phobia, una escultura hecha con planchas de aluminio sujetas por un solo punto a la pared que se mueven con el aire. En la base de algunas planchas, la artista ha colocado tiras de flecos que cimbrean como pelos con el movimiento. Esta no es la única obra que alude a la fobia de la abstracción moderna contra la ornamentación, la narración y la dimensión histórica y su papel en la invisibilidad social femenina, también están los cuadros hechos con la parte superior de una cocina de fuegos eléctricos que evocan la escultura minimalista.
En la tercera sala, amontonados en las paredes y mezclados con vídeos, serigrafías y fotos, están los cuadros de punto que la hicieron famosa. En los 80, la artista introdujo el punto en el masculino mundo de la pintura. Un punto producido por una máquina conectada a un ordenador, rescatando lo femenino del devaluado mundo doméstico y relacionándolo con el masculino mundo de la producción. Los cuadros llevan motivos ornamentales conocidos: la hoz y el martillo, la esvástica, el conejito de playboy o el redundante signo de la lana. Otros son ácidos juegos semánticos: cogito ergo sum en vacilante letra redondilla, o en otro las frases Por favor no me hagas daño y pero hazlo deprisa en sendos bocadillos. Como muchos de sus trabajos, estos cuadros evocan lo femenino pero otras referencias amplían su enigmática resonancia ideológica. Junto a estos cuadros conocidos, vemos ahora, mezclados, nuevos trabajos y técnicas alrededor de la lana: hebras de punto que sugieren trazos de lápiz, o agujeros en una malla que recuerdan las telas rasgadas de Fontana. Esta es una de esas raras exposiciones donde el visitante se enfrenta a un paisaje saturado de temas y referencias que le exige participar activamente desentrañando un universo de códigos que a veces le supera, pero de la que paradójicamente sale reconfortado y con la sensación de haber visto la punta del iceberg de un universo familiar y extraño a la vez.
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