2. Performance es una mala palabra –demasiado desgastada en sus viajes entre disciplinas, atribuida a las prácticas más dispares, erosionada incluso del golpeteo entre lenguas. Sí: cada vez que escucho por ejemplo el término "artes performáticas" –ya no digo escénicas- salgo de la sala y busco el vomitorio.
3. Miren: el único uso serio de este término devenido blandenguería y chicle semántico sería su originario en la teoría de los actos de habla. Cuando un autor serio trabajando en este campo señala el carácter performativo de un acto de habla viene a consignar la puesta en juego –como en un acto declarativo o el potencial del uso de la primera persona en la autobiografía- el "poder de producción de realidad" del propio uso del lenguaje. Aquí el "cómo hacer cosas con palabras" cobra sentido y el "cómo producir realidad" mediante las actuaciones discursivas –se evidencia posible. Claro está que ese "real" que las palabras producen es un real lingüístico, ficcional, representado. Pero qué demonios: no hay otro.
4. Pongamos que todo el interés de la performance –quiero decir, de mantener como potenciado algún uso de esa palabrería inmunda- repose ahí. No ya en que ella aluda a algún poder de producir realidad que, en tanto humanos demasiado humanos, nos gusta pensar que (aún) poseemos. Sino –en realidad es su contrario en oxímoron- en la potencial simultánea de hacernos ver que eso que llamamos realidad no es, en realidad, sino la petulante construcción discursiva que llamamos "realidad". Un flato de la voz, que decían los nominalistas –últimos y únicos sabios honestos en toda esta tramposería que aun son y siempre han sido las ciencias humanas.
5. Límite en que la performance se abisma a lo nauseabundo: el teatro. Aquí, donde el efectismo y el "actuar" reinan, nada que seriamente tenga que ver con el arte –con el trabajo del arte: el desmantelamiento de la representación- sobrevive. Solo esa cochinería barata del teatro como fraudulencia dispensadora de adrenalinas fáciles. Con Artaud, asco por todo esto.
6. El éxito reciente de la performance es fruto en realidad –es decir, en su institucionalización- de una alianza de moribundias: la del arte con el teatro o las "artes" escénicas, y refleja cómo dos prácticas que habitan tiempo prestado se acucian mutua –y promiscuamente -a la búsqueda de una legitimidad asistencial de la que ni asistido ni asistente gozan ya. Sólo cabe imaginar algo peor que el teatro en el museo: la pedagogía. Pero no se engañen, ella viene traída de su mano (sección: teatro / departamento: niños). Broodthaers, dónde tus certeras proscripciones !!!
7. En pantalla, no: esto no tiene la pretensión de estar sucediendo, de ser realidad. Es ficción que se sabe ficción y se declara ficción –y no pretende ostentar acaso otro poder sobre lo real que el contribuir a cuestionar sus pretensiones de veracidad, de veridicción. No: lo real no lo es y es la afirmación de ese "enunciado fuerte" lo que, en oxímoron activo, potencia a la performance. Pero únicamente cuando, alejada de toda equivocidad, se distancia del escenario de un real falseado –teatro, museo-. Ello sólo puede conseguirlo por la mediación efectiva de la pantalla –como teatrología del fantasear electrónico.
8. Límite opuesto al de la teatralidad, en el que sucumbe a su facilonería: Obviamente el del acontecimiento –en tanto que categoría metafísica, no consintamos que se le reste fuerza política.
Como tal, ello apunta a la subversión activa de la representación, para decir: en ninguna parte nada representa nada, nada vale por nada, nada es signo o dicción legítima de algo otro. Nada dice nada, ni el sentido es portado por nada: lo que existe es pura y absolutamente plano, y todo el dimensionamiento abstracto en que se sitúa el plano del fantasma, de la mentalidad, el horizonte en que se piensan los contenidos, es pura fantasmagoría. No, no hay sino la materialidad absoluta y plana de lo que existe, grado cero de la representación.
En su mudez radical, no hay sino la exquisita perfección-completud del ser como dureza, como opacidad rotunda y rala. No hay universo del sentido ni tesitura del imaginario, sino este absurdo y estulto teatrillo de los signos vacíos e inertes, donde nada significa nada, nada dice nada, nada piensa nada, nada representa nada. Materialidad absoluta –o lo que es lo mismo, transparencia radical del espíritu, donde todo se piensa en todo, se dice en todo, se proyecta en todo, y el mundo es un eco de infinitos rebotes y espejos … vacíos.
Tarea acaso entonces del performer (ese travestí de monaguillo): abrir la portezuela gatera de este salón de los pasos perdidos, secreto aleph de la vida –del alma como perspectiva (o anamórfosis) de ese reconocimiento rotundo del carácter mudo y plano -y yerto y estéril, tierra baldía- de todo lo que es.
9. En pantalla, no, no hay "lugar". Sino esa trasposición especular de los signos-materia a un salón de ecos infinito -pero siempre vacío. Marienbad, el año pasado, por ejemplo.
La voz de los objetos –o los cuerpos- no se escucha más alta o más baja –que la de los sujetos. Unos y otros hablan el mismo idioma hecho de presencias puras, sin profundidad. Qué detestable invento –para las pantallas- la ergonomía del 3D o esa sandez que llamar "realidad aumentada". Cuando toda la potencia elucidatoria de esta maquinografía escrínica reside al contrario en la eficiencia de su poder de sustracción dimensional.
Fuerza y enigma del 2D: ese aplanamiento pantallicular que muestra todo el espacio de la representación como pura y vacía teatrología del acontecimiento.
10. O dicho de otra manera: basta de connivencias, de concesiones. Basta de emplear un concepto tan laxo de arte que consiente nombrar como tal justamente todo aquello que se trata de revocar, de acabar de una vez de dejar fuera de la historia. No, no sumemos nuestras voces a esa algarabía vacua, a esa cháchara inmunda en que los espíritus rebajados hasta lo indigno se regodean en su mediocridad bendecida y sancionada.
No: esto que llamamos arte tendría de verdad que ver únicamente con la radical negativa a hacerse cómplice de todo esto: del empobrecimiento generalizado de las formas de la experiencia, de los modos del conocer, de las formas de habitar los mundos de vida. Por lo tanto: sólo con un programa tensionado y extremadamente riguroso y exigente de revocación absoluta de la prevalencia de la representación … efectuada desde su mismo espacio. Allí –en ese hipotético "lugar de los puntos"- donde ella alcance a formular y ejecutar el algoritmo abstracto que únicamente viniera a prefigurar las condiciones de su autodesmantelamiento inmanente. Como sólo una antinomia profunda –entre consistencia y completad, pongamos- podría diseñarlo (un gödel del arte, digamos).
11. Para la performance –ese género enranciado que, en su equivocidad nunca hubiera debido consentirse existir- ese programa se dice de una única forma: como apuntamiento y señalización del territorio de la vida nuda, del cuerpo inorganizado, del modo de lo social ajeno a toda estructura y jerarquía, de esa forma del pensamiento que es el ruido puro de las formas, movimiento del significante. Como un puro trabajo negativo y de revocación que antes que celebración de otras posibilidades de hacer, es llamada e interpelación de puesta en suspenso: de abandono, de no consentimiento con práctica alguna de entretenimiento o espectáculo, relato o narratividad fiduciaria, fundante.
No, nada sino la vida rebajada a su modulación matriz puede para esta práctica confusa ser invocada –para desde ella hacer fructífero únicamente un trabajo meramente (de)negativo. Una y otra vez, el cuerpo atávico del performer –allí donde él se muestra en su dolorosa equivalencia a la nada de alma, al objeto cualfuera de una pura materialidad oscura y ciega- apunta a la nada de decir, al cero de representación, a la puesta en radical cuestión del presunto de que eso que llamamos "vida humana" sólo pueda darse, en efecto, bajo esa lamentable forma en que se da –la única que conocemos.
Una que para definitivamente ser francos, merecería antes cualquier otro nombre que ése –el de vida humana- que le concedemos, excesivamente impropio para su turbia y degradada indignidad.
Y 12 (reprise) No. No estoy aquí y esto no está sucediendo. Esto no es lo que parece, o únicamente es lo que parece: esa apariencia desnuda y plana que flota donde los fantasmas, donde los imaginarios, donde el pensamiento se transfigura en aconteceres planos, donde el yo o el lugar en que algo acontece no enuncian sino el sonido de los ruidos que los pronuncia. No, no estoy aquí y lo estoy diciendo, con una fuerza que querría capaz de resquebrajadura de este cristal vacío –que es el lenguaje. No, no soy un yo –yo es sólo esa palabra que digo, que digo que me dice- ni esto es, saben, un lugar. Sino el sonido que dice esa palabra que dice que esto es lugar.
Pero no, en esa pantalla en la que algo es dicho o acontecido ya nada sucede, no habiendo sincronía alguna -ni sintopía posible- entre sucesos, no hay forma de mundo.
No, fin de la partida. Esto no es lugar, no es un tiempo, no es mundo: aquí no está yo, eso que allí –diciendo aquí- se cuenta … no está pasando.
O ya lo habría hecho, ¿no se dan cuenta?