Si ya la premisa de IT HAPPENED HERE no era precisamente un reclamo comercial, la de WINSTANLEY ya es directamente carne de filmoteca o de sala de arte y ensayo. Aquí la cosa está ambientada en la campiña de St. George's Hill, en el condado de Surrey, en el siglo XVII. La Inglaterra inmediatamente posterior a la Guerra Civil, con harapientos campesinos muertos de hambre, terratenientes a caballo, curas presbiterianos, y todo ello en blanco y negro, con constantes silencios, soliloquios y voces en off recitando fragmentos de doctrinas religiosas de la época, y con lluvia, barro y frío. O sea, el colmo del jolgorio, el dinamismo y la diversión, vamos. La historia nos presenta a los llamados Diggers, secta cristiana liderada por el iluminado Gerard Winstanley, y cuya importancia histórica consiste en ser precisamente la primera comuna hippy de la historia, los primeros en interpretar las Sagradas Escrituras como una incitación al socialismo y a compartir entre todos los humanos la tierra que la Madre Naturaleza nos ha brindado. Los escritos de Winstanley reinterpretaban el mensaje de Dios abogando por la vida en comunidad y por la idea de que el producto de la tierra es para quien la trabaja. Bajo estos preceptos, Winstanley pretendía devolver a los pobres de Gran Bretaña su derecho a la tierra que les había sido arrebatado por Oliver Cromwell y su política clasista. Los Diggers se construyeron chabolas y establecieron esta especie de proto-comunas en tierra común, cuyo uso era público para el pastoreo pero que no podía ser usada para la agricultura. Eran comunidades pacíficas que se dedicaban a vivir a su bola apartados del mundanal ruido, pero a los nobles, párrocos y propietarios de los terrenos no les hacía ni puta gracia tener ahí a una caravana de piojosos viviendo en sus tierras, por lo que empiezan a presionarlos para echarlos a la puta calle. Al principio mediante el diálogo y el trato de cortesía, luego mediante amenazas y trabas varias a su actividad agrícola habitual, luego emprendiendo acciones legales y judiciales, y finalmente quemándoles las casas y destruyendo sus campamentos y plantaciones a lo basto para ver si se piraban de una puta vez. La película avanza a trompicones subrayando la creciente tensión y la enemistad entre los propietarios de los terrenos y los inquilinos comunistas, ambos clamando a la justicia de Dios, y a los derechos inherentes a las personas nacidas en tierra británica, por mucho que carezcan de propiedades, tierras, villas y ganado.
En este sentido, es curioso que siempre se considere que los Diggers fueron la primera revolución socialista de la historia. En los años en los que se gestó esta película el comunismo era otra cosa bien distinta, algo más relativo a la crisis de los misiles de Cuba y las hordas de chinos enfervorecidos por su devoción al Libro Rojo de Mao. Algo más de masas obreras, y muy poco individualista. La iniciativa que refleja WINSTANLEY es mucho más propia de su época, algo llevado a cabo por espíritus libres que viven al margen del sistema según su propio código moral. Tenía mucho más que ver con los ocupas, las comunas hippies, la comunión con la naturaleza, la paz, el amor libre o el libre albedrío que con las tesis estalinistas (aunque como la película tardó ocho años en completarse, pues su contenido acabó siendo un poco anacrónico, pero bueno). Sin embargo, tampoco parece que la peli tenga un mensaje claro o que se posicione a favor o en contra de los Diggers. Los muestra en todo momento como personas pacíficas que pretenden vivir de su trabajo sin perturbar a nadie. La violencia llega si acaso por parte de los dueños de la finca y de la Iglesia, que son los únicos que se toman la justicia por su mano con antorchas y lanzas. Pero a pesar de ello, los propios Diggers flaquean en sus convicciones, y en cuanto llegan el invierno, el hambre y el frío no dudan en recurrir al robo de ganado para poder alimentar a sus familias, saltándose a la torera los diez mandamientos y las enseñanzas de Winstanley. Esto evidentemente divide al grupo, enfrenta a unos Diggers con otros, y acaba conduciendo al fracaso el proceso revolucionario activado por Winstanley. Es como si Brownlow presentara la comuna de Winstanley como un proyecto utópico que nunca llegó a buen puerto. Como si nos dijera que en el fondo, todas las revoluciones están condenadas al fracaso, porque el ser humano es esencialmente egoísta y violento, y se comporta como un depredador en cuanto tiene hambre, o en cuanto alguien viene a tratar de quitarle su sustento. El hombre como lobo para el hombre.
Por lo demás, la película se preocupa bastante más por ser históricamente precisa que por provocar emociones en el espectador. Es una película histórica, no dramática, y es más cercana a Bergman o a Dreyer que al cine histórico convencional. Lo cual contribuye a que se haga aburrida, claro, y eso que sólo dura 92 minutos, pero es que el tono de la peli es totalmente neutro y apenas varía a lo largo del metraje. No hay set pieces memorables, no hay climax alguno, no hay ninguna escena concreta que destaque sobre otra. Es todo igual, todo muy austero, rodado en escenarios naturales poco o nada espectaculares: estancias de piedra prácticamente vacías, enormes y frías; tierras planas y caminos llenos de barro y lluvia, todo nublado y con viento. No digo que no sea la ambientación que la película necesita, probablemente los hechos sucedieron tal cual en lugares así, y además el contexto tiene una clara intención simbólica respecto a la sociedad que retrata, esa sociedad de posguerra llena de mugre, pobreza, desengaño e incomunicación en la que las promesas que Cromwell pretendía hacer realidad no se habían cumplido después de todo, dando a los ingleses la sensación de que habían luchado en la guerra para nada. Pero es que Brownlow tampoco se esfuerza por darle a la cosa un tono más cinematográfico, es como si para él su obra fuera una maqueta con la que recrear este evento histórico sin importarle lo que le sugiera al espectador. La música está escogida en función del tema revolucionario, no en función de la estética del film. Los actores están escogidos según el método de Passolini o Leone, es decir, más por la expresividad de sus rostros que por su profesionalidad como intérpretes (bueno, de hecho salvo Jerome Willis los actores eran todos amateurs, cuando no familiares y amigos, o auténticos ocupas, hippies y mendigos sacados de la calle).
La única edición que existe en DVD, que yo sepa, de esta pieza de galería es la norteamericana del sello Milestone (sello repleto de tesoros por descubrir). Está remasterizada a partir de la copia original en 35 mm., que suponemos que ya de entrada no estaría precisamente en un estado envidiable. La calidad de imágen no es que sea la hostia, pero es lo que uno esperaría de cualquier película rodada en plan salvaje sin un duro. Tampoco sé cómo grabaría Brownlow el sonido, pero en el DVD los diálogos a veces se pierden entre el ruido de fondo y los efectos de sonido, no sé muy bien si porque la mezcla es una mierda o porque ya de base la calidad sonora dejaba que desear. En cualquier caso, se trata probablemente de lo mejor que podía sacarse de un film tan olvidado como éste. Respecto a los extras, sólo hay uno, pero vale por todos los que no hay: se trata de un interesantísimo documental realizado en la época, probablemente para la televisión británica. Dura 50 minutos y nos sumerge en la situación del cine británico en los años 70, en la profunda crisis de los estudios como Pinewood o Bray, y en cómo en mitad de aquel dramático contexto el cine de Brownlow no pareció verse afectado por la falta de financiación de las majors. Él rodó su película con una subvención irrisoria del British Film Institute, que suponemos se justificaría en virtud de los valores educativos de la obra, que enseñaba una parte importante de la historia de Inglaterra. La mayoría de las escenas las rodó en mitad del campo, sin decorados ni nada, y en unos terrenos que eran propiedad del padre de su socio Andrew Mollo. El equipo estaba formado por estudiantes de escuelas de cine, y gente que arrimaba el hombro por la patilla. El documental nos muestra bastante metraje rodado in situ durante la producción de la película, con entrevistas a Brownlow en las que revela que toda su película costó lo mismo que los títulos de crédito de la última película de James Bond. Con todo, la película no es una de las que recordarás toda tu vida, pero es una rareza oculta que desde luego nunca podrá uno ver en televisión ni en ciclos retrospectivos. Terreno exclusivo para cazadores de obras de culto y de arte y ensayo con cierto interés por el pasado británico.