La magia de Sam Prekop y sus compañeros Archer Prewitt, Eric Claridge y John McEntire, todos ellos artistas visuales además de músicos, es que, sin ser un grupo espectacular o virtuoso o repleto de canciones extraordinarias, logra generar un tipo de fidelidad que para sí quisieran otros músicos de mayor relumbrón. Después de años de verles en directo y escucharles enlatados, carezco de una explicación plenamente satisfactoria para este fenómeno. A veces, he pensado que la gracia de esta gente reside en que se les nota muy inteligentes y muy intelectuales, pero que de alguna forma se las apañan para parecer sencillos y asequibles.
Y ello tanto en lo musical como en lo personal. Por ejemplo, Sam Prekop declaraba hace poco: «La gente que se descarga nuestras canciones en p2p es precisamente la que compra nuestros discos y viene a nuestros conciertos. ¿Qué vas a hacer? ¿Echarles una bronca desde el escenario porque no compran lo suficiente. Nosotros pensamos que es más positivo un gesto de agradecimiento como incluir en el cedé una serie de nuestras fotografías». Tan simple razonamiento es algo que cala en el intelecto de manera casi intuitiva y lo mismo sucede con la música.
Decir que éste es un grupo pop queda algo pobre; quizás pueda añadirse que The Sea and Cake forman parte de ese ¿movimiento? ¿estilo? nacido en Chicago, que comúnmente se conoce como post-rock y que desde su nacimiento en los noventa ha evolucionado hacia grandes tostones instrumentales. La estirpe queda clara con la presencia de McEntire, uno de los líderes de Tortoise, que aquí vuelve a demostrar que es uno de los grandes baterías en activo.
Sin embargo, nada más aparentemente alejado de la matemática del post-rock que estas piezas a medio tiempo, cantadas por la voz suave y casi frágil de Prekop e interpretadas con una ausencia tal de pretenciosidad y de medios (dos guitarras, bajo y batería) que son capaces de desarmar al más escéptico.
Por lo general, en este género hablamos de músicas excitantes o puede que emocionantes, pero no es el caso. En Everybody, todo es tranquilo, no parece haber sufrimiento ni pasión desgarrada ni, ya se ha dicho, una marcha de aquella que llena las venas de adrenalina. Otra posibilidad es que tengan una gran significación, posean valor histórico, traigan cambios formales o de actitud. No, The Sea and Cake son simplemente agradables. Pero, ¡oh prodigio!, logran dejarte buen cuerpo sin la sensación de haber escuchado una banalidad o haber perdido el tiempo.
A veces la inteligencia se demuestra a base de no mostrarla demasiado.