Apenas diez años más tarde salían de la piel de toro otros artistas, más despiertos a las realidades del mundo, menos cegados quizás por las promesas quiméricas de las megalópolis. En sus miras no estaba la fama mundial comprada en una tómbola de Alphabet City, sino salir de un ambiente limitado y aprender? Y no sólo arte, sino también a moverse. Por supuesto, Juan Muñoz había enseñado el camino: no ir en plan de que te descubran, sino descubrirse uno mismo en el proceso y en el lugar, formar parte de él.
La actual meca del arte emergente es Berlín. En esa ciudad de los alquileres baratos, de las políticas permisivas para todo lo cultural y de alto nivel intelectual se viene congregando desde hace ya casi un decenio toda suerte de creadores, llegados desde todo el mundo con diferentes expectativas y estrategias.
Principio de la historia. Hacia el año 1990 casi no había españoles por allí. En realidad, había poca gente de cualquier parte, porque la ciudad aún estaba conmocionada por una
reunificación que para ella significaba un renacimiento, y porque su fama todavía tenía tintes nostálgico-turísticos anclados en todo tipo de resistencia violenta (sesentayochistas, punks, autónomos) o verde, y por las visitas inspiradoras de personajes famosos como David Bowie. El primer artista español en llegar a Berlín fue seguramente Chema Alvargonzález, un apellido de raigambre hispana, sin duda. Chema aterrizó en Berlín en el año 1988, cuando la ciudad comenzaba a hacer saltar sus viejas costuras. Suya fue una de las primeras grandes obras realizadas para el exterior, reflejo de la nueva sensibilidad que elevó el arte hasta la Torre de la Televisión y lo bajó hasta las cajas fuertes de unos almacenes volatilizados por las bombas.
Esa obra de Alvargonzález, Ausschuss (1993), realizada para una exposición en Potsdam, constituía una señal de que el nuevo artista itinerante buscaba la integración plena en un nuevo ambiente donde crecer como uno más entre creadores locales y forasteros. Chema había llegado a un Berlín aún dividido con la idea de matricularse en la Universidad ?simplemente porque ningún currículo español le ofrecía la posibilidad de trabajar con tecnologías actuales?, y acabó siendo alumno de la estricta Rebecca Horn.
Caída del muro. «El hecho de estar allí estudiando como uno más me permitió integrarme como artista berlinés. Por otra parte, aquí los galeristas y críticos se pasan por las exposiciones de Bellas Artes, se interesan por tu trabajo. Si haces algo interesante no te quedas en la calle». Pero claro, llegó la caída del muro, «y las cosas se aceleraron», prosigue Alvargonzález. Su testimonio de este nuevo comienzo para la ciudad es muy interesante: «Casi de inmediato comenzamos a ocupar los muchos espacios vacíos que había en la zona Este. Si lo hacías a través de una asociación cultural era fácil, y esas asociaciones existían y estaban compuestas por artistas del este, polacos, mongoles, rusos? Por nuestro lado, lo mismo podías encontrarte a un australiano que a un peruano? Fue un gran intercambio que se concretaba en acciones como salvar el Tacheles, hoy una atracción turística».
Poco después llegó el despertar del techno, comenzaron a hacerse famosas las noches eternas de Berlín, y otros artistas empezaron a arribar en muy diferentes condiciones. Antonio Mesones fue uno de ellos, llegado a mediados de los 90 con 100.000 pesetas en el bolsillo y «la idea de formarme ?apunta?. Berlín aún no estaba de moda, pero las posibilidades eran fantásticas. Cuando yo llegué, los vecinos del Este se iban deshaciendo de sus muebles y objetos, y eso me permitió trabajar con materiales que ya no existirán nunca más». Para ambos, Chema y Antonio, «la explosión de la música electrónica en el Berlín de los 90 fue el descubrimiento, no sólo de esa nueva música, sino de los lugares donde se producía, las imágenes que se proyectaban, los vídeos? Era una actividad que te conducía a las experiencias más alucinantes»
Espacios alternativos. Lo extraordinario es que estos artistas, y otros como ellos, no sólo deambulan por Berlín formándose y relacionándose. Tanto se han integrado en el cosmopolitismo creativo de la ciudad que se han convertido en difusores de cultura, en «creadores de situaciones», como quizás diría Alvargonzález. Chema se ha hecho con un edificio histórico (monumento clasificado) en la Glogauer Str. 16, que ganó en una subasta pública frente a mejores postores porque su proyectado funcionamiento como centro de intercambio cultural y artístico interesaba más a los subastadores municipales que transformar el edificio en apartamentos. ¿Dónde se ha visto eso? Por su parte, Mesones, junto a Sergio Belinchón, Paul Ekaitz, Frank Kalero, Santiago Ydáñez y el portugués Rui Calçada Bastos, vio que existía la posibilidad de utilizar el estudio de Paul Ekaitz como galería en la cual pudieran exponer creadores de Berlín (no necesariamente berlineses, ni españoles) que no tuvieran contrato con alguna de las docenas de galerías de la capital. Así nació Invaliden1, galería muy central, ya reconocida en el circuito «oficial» y que, aunque deficitaria por el momento, se «mantiene a base de entusiasmo e interés. Aquí en Berlín la gente del arte se pasa por galerías como la nuestra, y si tienes un proyecto interesante, lo reflejan incluso en el Frankfurter Allgemeine Zeitung o te invitan a Art Forum (la feria berlinesa)», según apunta Antonio. (Nota: polacos, daneses y artistas de otros países mantienen galerías similares, sólo que subvencionadas por sus gobiernos). A partir de 2000, la avalancha ha sido tremenda. Otros artistas como Tere Recarens, Albert Bertolín, Juan Domínguez o Cristina Martín Lara han ido llegando a la ciudad y quedándose en ella. Sin mayores ayudas, como mucho, una beca autonómica que les sirvió de lanzadera. Aún hay espacio para más.