John Huston, el hombre que no quiso reinar
06-08-06 Suggested by: Jack of all Trades
E. Rodríguez Marchante
La última y tal vez más poderosa imagen de John Huston es en una silla de ruedas, con una mascarilla de oxígeno y dirigiendo su última película, Dublineses, una obra maestra que consiguió arrebatársela a la escasa vocación cinematográfica de James Joyce y, a puros tirones, también a su propia muerte, que lo persiguió durante el rodaje entre siseos de guadaña y sorbos de agonía. Para un cineasta que barajó y trabucó las mejores páginas de los guiones con las horas de su propia existencia, que vivió como se vive en las películas, que hizo de la aventura el compango del pan de cada día?, para alguien como John Huston, gran aficionado a los toros, el rodaje de Dublineses, o Los muertos, no era más que eso que la épica taurina llama morir en el ruedo: el ruedo?, el rodaje? ¿qué más da?
Como ex combatiente del ejército de Pancho Villa, John Huston siempre reclamó su derecho al desorden: en su modo de vivir, de narrar, de filmar o de relacionarse. Hacer una película con John Huston era como lanzar una bola al interior de una ruleta o darle un corte a un mazo de cartas o voltear un mapamundi, frenarlo con el dedo y donde caiga: El tesoro de Sierra Madre, Cayo Largo, La Reina de África, El hombre que pudo reinar, Moby Dick, Bajo el volcán?
Fabricante de leyendas. Algunos de los más grandes actores edificaron su leyenda con los materiales que les sirvió Huston: Humphrey Bogart ganó con él su único Oscar (La Reina de África), pero también el derecho a ser la reencarnación del detective privado, el cínico y soñador Sam Spade (El halcón maltés), o incluso el derecho a deleitarse siendo el propio Bogart en esencia (Cayo Largo)? Y tantos otros, como Marilyn Monroe y Clark Gable o Montgomery Clift (Vidas rebeldes), Ava Gardner o Richard Burton o Deborah Kerr (La noche de la iguana), Sterling Hayden, Gregory Peck, Stacy Keach?, los tres grandes actores con esos elogiosos monumentos al fracaso, La jungla de asfalto, Moby Dick y Fat City, y que envidiablemente vinieron a sublimar Sean Connery y Michael Caine en El hombre que pudo reinar, y hasta Jack Nicholson o su propia hija, Anjelica Huston, espolvoreada como actriz en toda su filmografía, desde Casino Royale o Paseo por el amor y la muerte, hasta El honor de los Prizzi y desde luego Los muertos.
El brillo de las palabras. Viajero infatigable, gran lector, vividor, bebedor, enormemente egoísta, manipulador y hombre de cultura, de recursos y de particular encanto, tuvo siempre fama de sacarle brillo a sus palabras para que los demás se deslumbraran con ellas; tal vez habría que decir que su cualidad estaba un punto por debajo de la oratoria y varios por encima de la charlatanería, pero con ella tuvo siempre a tiro la pieza del éxito. Del encanto de sus palabras dijo Ava Gardner: «Tenía un modo de hablar que era capaz de convencer a los patos para que salieran del agua».
Su vida aventurera y al límite no sólo colorea las líneas de su propia filmografía o biografía, sino que también es a veces anécdota y a veces esencia de otras vidas cruciales del siglo: en la de Katharine Hepburn se puede leer cuándo estuvo a punto de ser laminada por unos elefantes furiosos en un día de caza con Huston (cuenta Katharine Hepburn del rodaje de La Reina de África que, puesto que sabía que Bogart y Huston eran grandes bebedores, se impuso para ella un régimen estricto de agua; «Naturalmente ?dice? sólo yo estuve a punto de morir víctima de la disentería, pues ellos ni probaron el agua, tan ocupados como estuvieron con el whisky»); pero también está presente este hombre grande y con pegada de peso pesado en las vidas de Lauren Bacall («Y viendo que no tenía nada que hacer, me convertí en la cocinera del rodaje»); de Marilyn Monroe, que hizo con Huston la primera (La jungla de asfalto) y la última de sus películas (Vidas rebeldes); en la de Deborah Kerr, que trabajó con él en Sólo Dios lo sabe, La noche de la iguana y, lo que es la vida, se acabaría casando con Peter Viertel, guionista de La Reina de África; y de Brando, de Michael Caine, Albert Finney?, hasta del inclasificable Truman Capote, que escribió con él La jungla de asfalto y que aportó algunas limaduras de su ingenio a la construcción de ese personaje novelesco llamado Huston.
Sobre la marcha. Hay quien piensa que Huston no era muy mirado para los detalles de las películas que hacía, pero resulta evidente que analizaba con escrúpulo al menos dos de esos detalles: dónde y quién. Si podía rodar en México no lo hacía en ningún otro sitio (su vida en Puerto Vallarta, en un lugar llamado Las Caletas, estaba tan perdida y expuesta como su propio hígado), y siempre tenía claro qué actores quería para sus películas, aunque rara vez los conseguía y era preciso ese punto de improvisación sobre la marcha, el cual ejerció siempre con tanto olfato, fortuna y sabroso premio como un cochino con la trufa. En este sentido, algunos de sus grandes y afortunados patinazos son célebres, como es el caso de Michael Caine y Sean Connery, que protagonizaron El hombre que pudo reinar sólo cuando Huston comprendió que era imposible tener a Bogart y Gable; o el del reverendo Lawrence Shanon de La noche de la iguana, que interpretó en cuerpo y alma Richard Burton después de que se le escabulleran Marlon Brando, Richard Harris y William Holden.
Cineasta personal e individual, pero al tiempo perteneciente a una vieja estirpe en peligro de extinción, que atesora tantos admiradores y partidarios como críticos y detractores. Al fin y al cabo no podemos olvidar que alguien tan mundano y humano como Huston tuvo también el buen gusto de dejar hecha una filmografía perfecta y artísticamente irregular, tan llena de obras maestras como de las otras.
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